domingo, 28 de junio de 2009

Herido, maltrecho, sin poder decir lo que sentía.
No sabía quién era el que sobrevivía dentro de mi cuerpo.
Vi mi reflejo en una ventana y no reconocí mi propia cara.
Hermano, ¿vas a dejar que me consuma
en las calles de Filadelfia?
Caminé por la avenida hasta que mis piernas se volvieron dos rocas.
Oí las voces de amigos que desaparecían, se iban.
Por la noche escuchaba la sangre en mis venas,
negra y susurrante como la lluvia que cae
sobre las calles de Filadelfia.
Donde ningún ángel me va a saludar,
donde solamente estamos tú y yo, amigo,
y la ropa ya se me resbala.
Caminé mil millas
solamente para naufragar en esta piel.
La noche ha caído y sigo despierto,
contemplando mi desaparición.
No te queda más remedio
que recibirme con tu beso infiel;
o tendremos que separarnos así
en las calles de Filadelfia.

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