sábado, 24 de abril de 2010

No quiero decirte adiós. Pero tengo que hacerlo.

Primero, sacaré la llave de tu casa, que tengo en mi llavero y que me diste a mí y a tus otras amigas para que pudiéramos entrar porque ya no te levantabas.

¿Por qué renunciaste tan pronto?

Renunciaste a mirar por la ventana, a que te lleváramos a pasear y ver las flores en la costanera. A mirar los cuadros que tanto amabas. A escribirle a esas niñas que tanto querías y estaban en tierras tan lejanas pero que te amaban y siempre te llamaban. Pero tenías un vacío por otros pequeños bajitos, que próximos estaban y te los negaban.

Nada te conformaba porque te quitaron los niños que tanto amabas.

En ellos pensaste hasta tu último momento y, yo sé que cuando nos dijiste: “Ténganme de las manos”, pensaste en ellos, inocentes, ajenos al rencor de los hirientes.

Quiero recordarte mirando las fotos y diciendo contenta: ¡Que lindas y alegres me miran! Coincidiendo, te dije: sí, fijate, que traviesas lo que te escribieron.

Y, te dormías contenta.

Y cuando tenías una visita, las volvías a mirar y a mostrar. Pero también llorabas en silencio, y nosotras, tus amigas, comprendíamos sin poder hacer nada.

¡Qué largo es esto! Decías a veces y no como un reproche sino con resignación.

Todavía no puedo acostumbrarme a que este domingo no volveré a abrir la puerta de tu casa y no estaremos todas, haciendo la rutina del feriado, charlando, riendo, comentando las vivencias de tantos años.

Te extrañaré, amiga.